18 de diciembre de 2017

Una observación sobre el consecuencialismo



En pocas palabras, el deontologismo es un concepto que se refiere a aquellas teorías morales que se basan en principios y normas objetivas que estamos obligados a cumplir por deber moral. Una conducta moral se juzgará buena o mala de acuerdo a si se ajusta o no a esos principios.

El deontologismo se opone a otro concepto llamado consecuencialismo que se refiere a aquellas teorías morales que se basan en lograr determinados fines u objetivos. Según el consecuencialismo, una conducta debe ser juzgada sólo en tanto que ayude a conseguir el fin u objetivo que se pretende.

Hay una confusión muy habitual sobre la noción de consecuencialismo, así como sucede con tantos y tantos términos, que qusiera intentar aclarar en esta nota.

Un planteamiento deontológico se basa en principios normativos y juzga si una acción es correcta o incorrecta según ésta se ajuste o no a dichos principios. En cambio, un planteamiento consecuencialista se basa en objetivos, es decir, se propone un objetivo y se considera correcta aquella acción que favorezca o logre dicho objetivo.

El consecuencialismo no se basa en la noción de consecuencia sino que basa su criterio de ajuste normativo en el supuesto ajuste de una acción a la consecución de un objetivo. De ahí viene el término «consecuencialismo»: de consecución, no de consecuencia. No es lo mismo. De hecho, así lo explica la filósofa Elizabeth Anscombe, quien inventó el término, señalando que esa forma de pensar es la que asume que el fin justifica los medios empleados si se consigue tal fin, es decir, la consecución del objetivo.

Es cierto que el consecuencialismo basa su criterio de moralidad en las consecuencias pero no son las consecuencias en sí mismas, o por sí solas, lo que sirve para valorar la moralidad de una acción sino que el criterio se basa en que dicha acción busque o provoque la consecución de las consecuencias buscadas. Si el consecuencialismo se basara meramente en valorar las consecuencias por sí sola entonces no prescribiría ninguna conducta. Lo realmente peligroso del consecuencialismo no es tanto su valoración de las consecuencias sino el hecho de considerar que lograr determinadas consecuencias justifica cualquier acción que lo consiga, sin atenerse a ningún otro criterio.

Con el consecuencialismo parece que sucede algo similar a lo que sucede con el vegetarianismo, esto es, que alguna gente cree erróneamente que el vegetarianismo significa "comer vegetales", basándose en la ortografía de la palabra sin tener en cuenta la definición y la historia del significado del término.

Existen diversos argumentos que explican por qué el consecuencialismo no puede ser una teoría moral racionalmente aceptable. Aquí expondré resumidamente algunos de ellos.

El primer argumento está referido a la capacidad del agente moral.

Una acción no existe en el vacío, ni surge automáticamente, sino que se compone de diversos elementos. Estos elementos que componen una acción son la motivación, el propósito y la ejecución de dicha acción.

Un agente no puede actuar sin alguna motivación, sin un propósito y sin efectuar dicha acción. Estos elementos son los que deben ser valorados éticamente, porque son los que forman parte de la responsabilidad consciente del agente. Los resultados y consecuencias de dicha acción también pueden ser valorados éticamente en tanto exista un nexo causal con la acción, pero no forman parte intrínseca de ella y dado que estos elementos no se pueden ser controlados por el agente, su valoración es secundaria y no determina la moralidad de la acción en sí misma. Las consecuencias de una acción pueden ser millones; no se pueden valorar cabalmente.

Un planteamiento deontologista no se despreocupa de las consecuencias de los actos, como a menudo se alega erróneamente, sino que entiende que la consecuencia es un elemento derivado de la acción, pero que no forma parte de ella. Una teoría deontologista no se despreocupa por las consecuencias de nuestras acciones, pero las consecuencias se derivan de las acciones, que son los elementos que deben preocuparnos principalmente como agentes morales, porque son las únicas que podemos en verdad controlar hasta cierto punto.

El resultado directo de una acción, y no tanto las consecuencias, —porque las consecuencias pueden ser miles y ser imposibles de controlar o de evaluar— pertenece al ámbito de la efectividad, no al de la moralidad. ¿No debemos buscar acaso que nuestras acciones sean efectivas respecto de la finalidad moral que buscamos? Por supuesto, pero dicha efectividad debe supeditarse a la moralidad. Uno debe buscar actuar de forma efectiva, pero dentro de los límites básicos de la moralidad. Esto es lo que el consecuencialismo no acepta y lo que lo separa de forma radical de la denominada posición deontologista.

Existe otro problema con el consecuencialismo, no menos importante. Hay una falacia conocida como argumento ad consequentiam que consiste en juzgar la veracidad de una creencia basándose en las posibles consecuencias que pudiera tener su aplicación. Este tipo de pensamiento es el mismo en el que se basa el consecuencialismo. El consecuencialismo juzga la moralidad de una acción apelando a las posibles consecuencias que pudiera tener e ignorando si dicha acción se ajusta a principios éticos o si implica un comportamiento malévolo. A menudo se menciona el utilitarismo como ejemplo de consecuencialismo moderno, pero también deberíamos señalar otro ejemplo vistoso de pensamiento consecuencialista: el maquiavelismo.

17 de noviembre de 2017

Las escuelas helenísticas


En la Antigüedad, la filosofía no era una actividad de especulación abstracta sino que era una escuela de vida, como bien nos recuerda Pierre Hadot.

6 de agosto de 2017

El papel de la filosofía según Michel Foucault


En sus obras explica Michel Foucault que hay ideas y costumbres aceptadas en nuestra sociedad que se consideran "naturales" pero que son en realidad constructos culturales creados a lo largo del tiempo por los intereses de grupos de poder que imponen su visión del mundo como algo "natural".



«La filosofía en su vertiente crítica —y entiendo crítica en un sentido amplio— ha sido precisamente el saber que ha puesto en cuestión todos los fenómenos de dominación, cualquiera que fuese la intensidad y la forma que adoptan: política, económica, sexual, institucional. Esta función crítica de la filosofía se deriva hasta cierto punto del imperativo socrático: ocúpate de ti mismo, es decir, fundaméntate en libertad mediante el dominio de ti mismo.» [Entrevista a Michel Foucault en 1984]

26 de julio de 2017

Sobre el género sexual y la orientación sexual




Yo considero que el género sexual, así como la orientación sexual, no es algo que se decida. Es una cualidad innata a nuestra naturaleza. Es una configuración cerebral que se construye durante la gestación y nacemos con ella. Lo creo así porque es lo que el razonamiento y la investigación científica nos indican.

Lo habitual es ser heterosexual y que el género sexual corresponda con el sexo biológico fenotípico. Esto es lo que suele ocurrir la mayoría de las veces, pero en algunos individuos no sucede así, y nacen con una orientación sexual distinta a la heterosexual o con un género sexual distinto al de su sexo biológico. Esto lo determina la configuración innata de su cerebro.

La identidad sexual no se define por los cromosomas. Pretender que podemos saber el género sexual de una persona por sus cromosomas es como creer que podemos saber su orientación sexual por los cromosomas. La sexualidad está determinada por factores hormonales y epigenéticos que influyen en la configuración cerebral del feto durante el embarazo.

Por eso considero que características como el género sexual y la orientación sexual no son consecuencia de de ideologías ni de una forma de educación sino que se trata de un fenómeno propiamente biológico y no cultural, aunque la cultura influya en la forma en que valoramos y vivimos la sexualidad.

A menudo se confunden las tres categorías básicas de la sexualidad: la anatómica sexual, la neurológica sexual y el rol cultural de género. Esas categorías pueden existir separadamente, y los conceptos de varón y de mujer pueden hacer referencia a cualquiera de ellas.

La orientación sexual no se elige; es una rasgo innato de la personalidad. Pensar que uno puede elegir ser homosexual es avalar la teoría pseudocientífica, y de inspiración religiosa, que dice que la orientación sexual puede cambiarse con terapia.

Ningún niño decide su orientación sexual ni su género sexual —así como tampoco puede decidir su anatomía sexual— y la educación no influye en ese aspecto. La ciencia avala esta visión naturalista, y es la perspectiva que considero más razonable a tenor de lo que sabemos.

Así que pienso que deberíamos proteger a los niños de doctrinas e ideología que deliberadamente perjudiquen su salud física y mental alegando creencias que no coinciden con lo que la razón y la ciencia nos indican y que condenan injustificadamente su personalidad sexual.

19 de julio de 2017

La libertad de conciencia




El derecho a la libertad de conciencia significa que uno tiene derecho a pensar y creer cualquier cosa —literalmente cualquier cosa— y que puede ejercer esa facultad sin importar lo que otros crean u opinen al respecto. Es parte inherente a la autonomía del individuo. 

Más aún, la libertad de conciencia significa que uno debe tener el derecho a poder decidir lo que quiere pensar o creer sobre cualquier tema. 

En la oposición opuesta al derecho a la libertad de conciencia se encuentran posturas como la denominada correción política y el totalitarismo, que dicen que estamos obligados a pensar de determinada forma impuesta desde fuera.

7 de julio de 2017

El lado oscuro de la ideología




La ideología tienen una función narcotizante porque provoca que dejemos de pensar. Elimina la ansiedad de tener que aceptar la ignorancia, de tener que plantear cuestiones, formular dudas, buscar pruebas y deducir conclusiones provisionales. La ideología pretende tener una explicación de lo que es el mundo y promete un futuro mejor si la seguimos ciegamente. La angustia queda amortiguada. Cuanto más totalitaria es la ideología, más intenso es el alivio.

5 de abril de 2017

El cambio de opinión


¿Por qué cuesta tanto cambiar de opinión? 

Parece que los argumentos lógicos y las evidencias empíricas no son suficientes para provocar este cambio. Dejemos a un lado por el momento si los argumentos y las evidencias son del todo correctos y supongamos que sí lo son. Sabemos que a pesar de esto, la gente no cambia inmediatamente, y que muchos rechazan el cambio aun incluso reconociendo que la lógica y la evidencia de los argumentos presentados en contra de su propia creencia son correctos.

¿Por qué sucede esto? Tiene que haber una explicación.

Puede haber varios motivos que causen este fenómeno.

Uno de ellos, según explica Elsa Punset en este vídeo, es la fuerte tendencia a continuar la tradición que adquirimos —que a veces se remonta a la infancia— y que nos hace sentir como parte de nuestra comunidad.



Damos mayor prevalencia a perpetuar nuestro hábito que a la lógica y las evidencias.

Hay un trasfondo biológico evolutivo en este problema. Nuestras creencias y costumbres son parte esencial de la dinámica que nos permite sobrevivir cada día. Si nos funcionan para sobrevivir entonces las reforzamos para mantenerlas. Modificar esas creencias y costumbres puede poner en peligro la propia supervivencia; así que tendemos a rechazar cualquier elemento que pretenda dicho cambio.

Otro motivo puede ser que nos importa más lo que nos beneficia o nos conviene que los hechos objetivos tal cual son. Si pensamos que el cambio entra en conflicto con nuestro beneficio entonces nos opondremos al cambio, independientemente de que nos demuestren que todos los argumentos objetivos que sostienen la legitimidad del cambio son correctos.

Además, cambiar de opinión puede suponer un gasto energético añadido. Tenemos que revisar las nuevas ideas y aplicarlas a nuestra vida cotidiana, creando nuevos hábitos y costumbres. Aparecen problemas que antes no estaban presentes y que tenemos que resolver. Todo esto supone un incremento, por pequeño que fuera, de la energía habitual que usamos para sobrevivir. Nuestra tendencia biológica de supervivencia se basa en ahorrar y mantener la energía, no en derrocharla innecesariamente. Tiene que haber una motivación suficiente que nos conduzca a ampliar el gasto enérgetico en contra del ahorro y el mantenimiento.

Esto nos lleva la punto fundamental: la motivación. Sin motivación, no habrá intención de cambio. En última instancia todo se reduce a si uno desea realmente lograr aquello que el cambio requiere. Ese deseo está enraizado en nuestra propia subjetividad, y es algo que las evidencias y los argumentos no pueden de hecho cambiar.


Bibliografía:




28 de marzo de 2017

Causa y consecuencia




La expresión exterior es un reflejo de la vivencia interior. Lo primero está causado por lo segundo. Pero en sentido inverso no funciona del mismo modo. De lo contrario, no podrían existir la mentira y la hipocresía; y sabemos que existen. Por tanto, el proceso de cambio o evolución personal debería ser principalmente interior, es decir, en nuestra forma de sentir y pensar.

Todos los problemas en los que estamos involucrados son consecuencia directa de nuestra mentalidad, y esta mentalidad está conformada por actitudes, ideas, creencias y, también, por una disposición biológica de nuestro organismo. Por tanto, si quieremos solucionar esos problemas, debemos actuar principalmente sobre la causa y no tanto sobre las consecuencias.

17 de marzo de 2017

A favor pero en contra




Determinados argumentos, que parecen ser en favor de una causa, en realidad repiten los esquemas de pensamiento del error que se supone pretenden denunciar, y de este modo van en contra de ese mismo ideal que se supone pretenden apoyar.

Por ejemplo, la afirmación de que las mujeres merecen respeto porque son familiares de algún hombre asume la idea de que las mujeres importan porque son valoradas por los varones, y no porque merezcan respeto por sí mismas independientemente de la relación, la valoración o la opinión que tengan los hombres sobre ellas.

14 de marzo de 2017

Moralidad y Sociabilidad


«La moralidad no es un producto de la sociedad. La moralidad es algo que la sociedad manipula, explota, redirige y bloquea.» - Zygmunt Bauman

Habría que distinguir entre el sentido moral y el contenido de la moral. No es lo mismo. De la misma manera que no es lo mismo el contenido de las matemáticas que la capacidad para comprender y manejar las matemáticas. Evolutivamente hemos desarrollado la capacidad para comprender la moral, al igual que desarrollamos la capacidad para pensar matemáticamente. Pero nosotros no inventamos la moral ni la matemática.

Por otro lado, si bien la moral establece un código de conducta —normatividad— esto no significa que la moral equivalga a un simple código de conducta. Suponer lo contrario es una falacia que toma una parte por el todo. Las normas de una comunidad de vecinos son un código normativo de tipo social pero nadie lo considera parte de la moral. La moral existe de forma independiente de la sociedad y también de la religión, y es un producto de la razón.

No sería correcto hablar de "moral religiosa". La religión y la moral son categorías separadas. De hecho, la religión establece normas que se contraponen a la moral. La religión establece normas de origen supuestamente divino o sobrenatural; no establece normas morales. Se confunde la moral con la religión y con la sociedad. Un código de conducta religioso no es un código moral. Un código social de conducta —ya sea las normas del parchís, de una comunidad de vecinos, o una legislación estatal— no es un código moral.

La moralidad no es una fenómeno que aparezca exclusivamente en el contexto humano, ni tampoco es un invento que hayamos creado nosotros. La moralidad es una cualidad innata a nuestra naturaleza y que compartimos con otros animales. Ellos también disponen de empatía, tendencia al altruismo, y un sentido de la justicia, aunque sea a un nivel muy básico.

Es habitual la confusión entre la capacidad de sociabilidad —cooperar con otros individuos para beneficio propio— con la capacidad moral. La sociabilidad no es moralidad. La moral no es necesaria en absoluto para conseguir la supervivencia individual o para lograr la cooperación de grupo —una sociedad— en beneficio de sus miembros. La capacidad de colaborar con otros es una consecuencia del egoísmo y el instinto gregario que se manifiesta en diferentes formas y grados en según cada especie y en cada individuo particular.

La moral es objetiva y universal. En cambio, la sociedad es convencional y relativa. Los principios o reglas morales se derivan puramente del razonamiento, mientras que las normas o pautas sociales se establecen mediante el acuerdo o la imposición

La evolución puede explicar el surgimiento biológico progresivo de la capacidad moral pero no puede explicar la existencia de la moralidad. La capacidad moral es una aplicación de la lógica inherente a nuestro intelecto. La conciencia moral es un desarollo de la empatía que nos permite ponernos imaginadamente en el lugar de otros individuos y valorar sus intereses al mismo nivel que los nuestros. Esto tiene como consecuencia lo que denominamos como altruismo. Es un sentido peculiar que no tiene que ver con la supervivencia.

16 de febrero de 2017

La demonización del radicalismo


Ser radical significa ir a la raíz de los asuntos y de los problemas. Sólo significa esto, y no otra cosa.

Radical viene del latín radix que significa literalmente raíz. Esto es, el radicalismo, o el ser radical, es nada más que preocuparse por descubrir y conocer la raíz de un asunto, un problema, una idea, un acontecimiento, o cualquier otro fenómeno, y actuar sobre ella.

Por tanto, ser radical no significa ser violento, ni ser fanático, ni ser perjudicial. No conlleva nada de esto. Sin embargo, a menudo se usa como sinónimo de actitudes violentas y dañinas.

Por ejemplo, en el medio digital El Confidencial se leen hasta seis veces el término "radical" usado como sinónimo de violento para calificar la conducta de los hinchas de un equipo de fútbol. Cualquiera puede realizar la prueba por sí mismo cuando lea noticias sobre yihadistas, o sobre terroristas en general, y sobre cualquiera que actúe de forma violenta motivado por alguna forma de pensar. Podremos encontrar numerosos ejemplos similares en las que se denomina "radicales" a quienes actúan de forma extremadamente agresiva contra otros.

Creo que no se trata sólo de un problema semántico sino tal vez de alguna clase de intento de demonizar el radicalismo entendido en su sentido originario, es decir, entendido como la actitud que trata de buscar la verdadera causa de los fenómenos e incidir sobre ellos. No me parece que sea inocente o casual que los medios de comunicación hablen del radicalismo habitualmente para asociarlo con acciones violentas.

Criminalizar el radicalismo pareciera alguna clase de táctica para asociar el término a lo dañino, mediante la técnica psicológica del condicionamiento operante, con la finalidad de favorecer así que sólo se consideren aceptables las propuestas superficiales que no atienden a las causas de los problemas.

Este condicionamiento provoca que si alguien propone iniciativas radicales automáticamente será rechazado porque habremos interiorizado que el radicalismo es algo malo de por sí; aunque en la realidad el planteamiento radical no sea violento, ni perjudicial, ni dañino. De este modo, aunque se demuestre que la propuesta radical es viable, razonable, y sensata, será tachada de forma inconsciente sólo por ser radical.

Si rechazamos el radicalismo entonces ya sólo nos queda ser superficiales. Que seamos superficiales es por supuesto lo que el status quo y los poderes establecidos desean ante todo. Quienes se benefician de la injusticia no quieren análisis ni cambios profundos, y sólo aceptan modificaciones cosméticas que no afecten a las relaciones de poder establecidas.

No pretendo revertir el error para defender que el radicalismo sea necesariamente algo bueno en sí mismo. Esto sería la otra cara del mismo error. Una postura radical debe demostrar que es justa y beneficiosa y el solo hecho de ser radical no equivale a que lo sea necesariamente. Nada más pretendo concienciar sobre la demonización en contra del radicalismo y argumentar que el radicalismo no debe ser interpretado como sinónimo de algo malo.

25 de enero de 2017

Posverdad




La posverdad señala una actitud diferente a la mentira y el engaño. La mentira y el engaño se basan en distinguir lo verdadero y de lo falso. Pero en la posverdad esa distinción resulta irrelevante. La verdad ya no importa aquí. Ya no interesa lo que señala la evidencia y el razonamiento. La verdad no es la guía de referencia, y el criterio para distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, sino que ahora ocupa su lugar nuestras emociones o nuestro provecho propio. Es otra consecuencia del posmodernismo que sigue vigente.

24 de enero de 2017

El gurú de uno mismo



Se dice a menudo que "debemos desconfiar de ídolos y gurúes que nos inculcan obediencia ciega sobre sus ideas". Eso es cierto pero tal vez también habría que desconfiar de convertirnos en ídolos o gurúes de nosotros mismos. Lo que nosotros deseemos o pensemos sobre una cuestión en un momento dado no es razón suficiente para creer ciegamente que ese deseo o creencia es verdadera y correcta. No seamos gurúes sobre nosotros mismos. El escepticismo bien entendido comienza por uno mismo.


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