16 de febrero de 2017

La demonización del radicalismo


Ser radical significa ir a la raíz de los asuntos y de los problemas. Sólo significa esto, y no otra cosa.

Radical viene del latín radix que significa literalmente raíz. Esto es, el radicalismo, o el ser radical, es nada más que preocuparse por descubrir y conocer la raíz de un asunto, un problema, una idea, un acontecimiento, o cualquier otro fenómeno, y actuar sobre ella.

Por tanto, ser radical no significa ser violento, ni ser fanático, ni ser perjudicial. No conlleva nada de esto. Sin embargo, a menudo se usa como sinónimo de actitudes violentas y dañinas.

Por ejemplo, en el medio digital El Confidencial se leen hasta seis veces el término "radical" usado como sinónimo de violento para calificar la conducta de los hinchas de un equipo de fútbol. Cualquiera puede realizar la prueba por sí mismo cuando lea noticias sobre yihadistas, o sobre terroristas en general, y sobre cualquiera que actúe de forma violenta motivado por alguna forma de pensar. Podremos encontrar numerosos ejemplos similares en las que se denomina "radicales" a quienes actúan de forma extremadamente agresiva contra otros.

Creo que no se trata sólo de un problema semántico sino tal vez de alguna clase de intento de demonizar el radicalismo entendido en su sentido originario, es decir, entendido como la actitud que trata de buscar la verdadera causa de los fenómenos e incidir sobre ellos. No me parece que sea inocente o casual que los medios de comunicación hablen del radicalismo habitualmente para asociarlo con acciones violentas.

Criminalizar el radicalismo pareciera alguna clase de táctica para asociar el término a lo dañino, mediante la técnica psicológica del condicionamiento operante, con la finalidad de favorecer así que sólo se consideren aceptables las propuestas superficiales que no atienden a las causas de los problemas.

Este condicionamiento provoca que si alguien propone iniciativas radicales automáticamente será rechazado porque habremos interiorizado que el radicalismo es algo malo de por sí; aunque en la realidad el planteamiento radical no sea violento, ni perjudicial, ni dañino. De este modo, aunque se demuestre que la propuesta radical es viable, razonable, y sensata, será tachada de forma inconsciente sólo por ser radical.

Si rechazamos el radicalismo entonces ya sólo nos queda ser superficiales. Que seamos superficiales es por supuesto lo que el status quo y los poderes establecidos desean ante todo. Quienes se benefician de la injusticia no quieren análisis ni cambios profundos, y sólo aceptan modificaciones cosméticas que no afecten a las relaciones de poder establecidas.

No pretendo revertir el error para defender que el radicalismo sea necesariamente algo bueno en sí mismo. Esto sería la otra cara del mismo error. Una postura radical debe demostrar que es justa y beneficiosa y el solo hecho de ser radical no equivale a que lo sea necesariamente. Nada más pretendo concienciar sobre la demonización en contra del radicalismo y argumentar que el radicalismo no debe ser interpretado como sinónimo de algo malo.

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